Mark observa la ciudad mientras su director de finanzas le habla sobre la evolución de la cuenta de resultados durante el último trimestre.
«… un 5% de crecimiento, los países asiáticos son los que más suben, cerca del 10%, en Europa el crecimiento es más modesto…»
Apenas le escucha, ya sabe los detalles de lo que le está contado.
«Vale, vale, no hace falta que me lo recites, leí el informe esta mañana… Podemos dejarlo aquí si no te importa. A no ser que tengas alguna otra cosa…»
«No, la verdad es que no. Todo va viento en popa, los números siguen las previsiones que proyectaste hace unos meses».
Mark es el joven CEO de la empresa que él mismo creo cinco años antes. No era lo que tenía en mente cuando empezó la carrera de matemáticas, nunca se sintió un emprendedor, lo que siempre le había atraído eran las ciencias puras, la investigación, no el mundo de la empresa. Pero la teoría que desarrolló siendo todavía un adolescente acabó convirtiéndole en multimillonario.
Todo empezó a partir de una especie de broma, un desafío intelectual que tres amigos se plantearon: tratar de predecir el éxito de los noviazgos de algunos de sus compañeros del instituto. La primera versión de la ecuación consideraba la diferencia de edad de los padres, sus niveles de estudio, trabajos, niveles de renta, trataba de medir el grado de afecto que mostraban… Tenía en cuenta el número de amigos de los novios, sus aficiones, sus grados de introspección o extraversión e incluso su nivel de vocabulario. El resultado final pronosticaba cuanto tiempo la pareja en cuestión iba a estar junta.
Cuando un par de semanas después presentó a sus amigos las predicciones de cinco parejas, éstos ya se habían olvidado de la broma, pero quedaron entusiasmados con lo elaborado de la lógica que había empleado y por lo precisos que eran los pronósticos.
Sólo una de las cinco parejas iba a durar toda la vida. El resto, entre 3 semanas y 6 meses más. Cuando los primeros novios rompieron, justo la semana que Mark había predicho, sus amigos le invitaron a una ronda de cervezas. ¡Qué casualidad! O no, porque sus amigos pensaron que no tenía tanto mérito, que no hacían falta tantas matemáticas para pronosticar que esos no tenían futuro, ya que él era un viva la vida y ella estaba claro que no iba a soportar a ese tipo mucho más tiempo. Que hubiera acertado la semana en que se separaron fue pura chamba, pensaron…
…y el resto, en este libro…