Tortugas

El último novio de mi hermano, que era biólogo, metía en casa bichos de todo tipo: camaleones, serpientes, tarántulas… Cuando terminaron la relación, le dejó tres pequeñas tortugas de no sé dónde. Supongo que no le cabían en el coche. El caso es que mi hermano, al que realmente nunca le habían gustado los animales, se encariñó con ellas, les puso nombres de personas y les pintó cosas supuestamente graciosas en los caparazones.

Cuando empezó a salir con su siguiente novio se fue de viaje por tres semanas a China y me pidió que, por favor, pasara a alimentar a las tortugas. A mí tampoco me gustaron nunca los animales y aquello de dar de comer a los bichitos me tocó un poco los cojones, la verdad, pero tuve que apechugar con el encargo.

Como la tercera o cuarta vez que fui me encontré en la puerta de la casa a la vecina de enfrente, Carla, una recién divorciada de muy buen ver. Estaba achispada, me invitó a ayudarle a acabar con una botella de champagne que había empezado. Cosas de un amante casado que la acababa de dejar, me confesó. En algún momento al acabar la segunda botella, los botones de mi camisa saltaron por los aires y la vecina sació su despecho contra mi cuerpo, qué le vamos a hacer. No opuse mucha resistencia…

…y el resto, en este libro…