Viajero de hace dos mil quinientos años que vuelve a casa tras unos meses de estar de aquí para allá vendiendo telas y haciendo trueques. El cuñado le pregunta:
«Antígono, menudo viaje te has pegado, ¿no? Habrás visto de todo por ahí».
«Bua», le contesta Antígono mientras se toman un aguardiente para rebajar la copiosa comida familiar que le ha preparado su madre, «no veas lo bien que se come allá por el Indo. Te ponen unos platos… así, así de grandes, y hasta arriba de tocino, de membrillo, de , de… yo que sé de que, si la mitad de las cosas no sabía ni como se llamaban. Ahora, todo bueno, bueno, buenísimo…».
«Ya, ya…», responde el cuñado. «Y, cuenta, como es aquello, ¿tienen allí los mismos bichos que aquí?», pregunta que viene a cuento porque el cuñado es pastor y le gustan mucho los animales.
«¿Los bichos? Bueno… unos sí, y otros no…».
«¿Otros no? Vaya, qué interesante… Cuenta, cuenta, ¿qué animales has visto entonces?».
«Pues… pues…», Antígono se rasca la cabeza y le dice a su cuñado,»… pues he visto unos así como, como caballos, blancos, muy bonitos… así con sus crines al viento… y…», mira a su hermana, que aquel día tenía un grano bastante prominente sobre el entrecejo, «… y un cuerno en todo el medio de la frente».
«¿Un cuerno? Jopé, qué me dices, ¿un sólo cuerno?».
«Como te lo digo. Yo lo vi y me dije, vaya tela colega. Unicornios les llaman».
«¿Unicornios? Joer, claro, un-solo-cornio, tiene sentido».
«Claro, es que era para verlo, menudos ejemplares más guapos… Y es que encima», a Antígono los chupitos de aguardiente le hicieron venirse arriba, «encima, resulta que esos cuernos tienen poderes medicinales, cuando los trituras en polvo, y lo mismo te sirve para la lumbalgia que para mejorar tus erecciones».
«¡Bua! ¿En serio, sirve para…?», respondió admirado el cuñado mientras la hermana les miraba con tono despectivo.
«Como te lo cuento. El problema es que estos unicornios solo pueden ser capturados con la ayuda del olor de una doncella virgen».
«¿El olor de una virgen? No fastidies… ¿Y… a qué huele una virgen?».
Antígono siente que se le ha ido la mano con el último comentario, coge la botella y dice «¿Otro chupito, cuñao?».
«¡Otro chupito!», responde entusiasmado el marido de su hermana.
Y así es como se originó el mito de los Unicornios, por culpa de que Antígono no tuvo un Instagram con el que compartir las fotos del viaje poniéndole unos filtros chulos y lo que hizo fue ponerle un filtro embellecedor a la sosa realidad de un viaje en el que apenas vio burros, cábras y gallinas.
Así que el cuñao contó lo del Unicornio a sus amigos, y estos se lo contaron a los suyos, y alguno de ellos se lo contó al historiador Ctesis de Cnido que lo incluyó en una de sus obras, que fue leída por Megástenes, otro historiador que tal y cual, y luego le llegó el turno a Aristófanes de nosedonde, y así sucesivamente hasta nuestros días. Que ahora hay pocos que se crean lo de los Unicornios, pero son muchos los que creen en muchas otras tonterías, que no te creas que hayamos mejorado tanto… ni si quiera con Instagram y sus filtros.