Las ideas son como virus, o genes, los memes que propuso Richard Dawkins in 1976, unidades de información que se replican, se transmiten de una persona a otra, mutando, sufriendo un proceso de selección natural en el que las ideas más aptas sobreviven y se reproducen.
Y en este maremagnum de ideas que pululan y se transmiten de una mente a otra, se encuentran tanto las «buenas» ideas, como las «malas» ideas. Porque lo que importa no es su bondad o su maldad, sino su capacidad de adaptarse al entorno, su capacidad para sobrevivir, reproducirse y mutar.
Con el entorno adecuado se puede extender la idea de que hay mujeres que son brujas que pactan maldades con el diablo y que merecen ser quemadas en la hoguera, o que los homosexuales deben morir lapidados por sus lujurias, o la idea de que todos los seres humanos somos iguales y deberíamos tener los mismos derechos, o que las parejas gays puedan tener hijos, o justo lo contrario.
O justo lo contrario. Porque las ideas opuestas coexisten, infectando las mentes de todos nosotros, cada idea con su «fan base», con su legión de seguidores que en muchos casos las defienden de forma apasionada, racionalizada, porque todo se puede racionalizar, incluso las ideas más opuestas pueden ser expresadas de forma coherente en palabras y más palabras, las ideas se sirven de ese artilugio que inventamos hace tiempo, el lenguaje, para que seamos capaces de decir una cosa y justamente la contraria.
Los memes, las ideas, necesitan del lenguaje para propagarse. En el lenguaje está la clave. En el lenguaje está la trampa. Quizás deberíamos utilizarlo con más cuidado. O quizás deberíamos estar calladitos más a menudo.
Quizás no debería haber escrito esta entrada.
