Hacía tiempo que no me reía con ganas leyendo un libro. Ayer me pasó, con unas páginas, nada más y nada menos, que de El Quijote. Porque a mi edad, lo reconozco, no lo había leído de cabo a rabo. Siempre se me atragantó, pero esta vez lo estoy disfrutando con la versión actualizada de Andrés Trapiello, que ajusta el vocabulario al castellano actual.
Las líneas que me hicieron caer las lágrimas, literalmente, son las que se refieren al escatológico momento en el que a Sancho Panza, en el capítulo XX:
«…le vino en voluntad y deseo hacer lo que otro no podría hacer por él».
Sancho y Don Quijote están agazapados en la oscuridad de la noche, el caballero sobre Rocinante, el escudero a pie junto a él, esperando a que se haga de día para comprobar unos ruidos misteriosos de aguas y de golpes que les está asustando. Así que el miedo de Sancho no le permite apartarse para hacer de lo suyo y aprovechando la oscuridad, sin que su amo lo notara:
«…se soltó la lazada corrediza con que se sostenían sin ninguna otra ayuda los calzones…».
Y, nada, que se puso manos a la obra:
«…le pareció que no podía evacuar sin hacer estrépito y ruido, y comenzó a apretar los dientes y a encoger los hombros, conteniendo el aliento todo cuanto podía; pero, con todas estas diligencias, fue tan desdichado, que acabó haciendo un poco de ruido, bien diferente de aquel a que a él le metía tanto miedo».
Pero claro, lo oye Don Quijote:
«¿Qué rumor es ese, Sancho?».
«No sé, señor. Alguna cosa nueva debe de ser, que las aventuras y desventuras nunca comienzan por poco».
Por ahora parece que Sancho despista a Don Quijote, pero es que las ganas le siguen aprentando:
«Tornó otra vez a probar ventura, y le sucedió tan bien, que sin más ruido ni alboroto que al principio se halló libre de la carga que tanta pesadumbre le había dado. Pero como Don Quijote tenía el sentido del olfato tan vivo como el de los oídos, y Sancho estaba tan junto y cosido a él, que casi en línea recta subían los vapores hacia arriba, no pudo evitar que algunos no llegasen a sus narices; y apenas llegaron, se aprestó a socorrelas apretándoselas con los dedos, y con tono algo gangoso dijo:»
«Me parece, Sancho. que tienes mucho miedo».
«Sí lo tengo, ¿pero en qué lo nota vuestra merced ahora más que antes?».
«En que ahora hueles más que antes, y no a ámbar».
En fin, que vale, que revelo que me va el humor simple y escatológico, pero es que la maestría y elegancia de Cervantes es capaz de elevar momentos tan poco edificantes a la categoría de alta literatura.
