Genes, el yin y el yang

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En una historia que escribí hace algún tiempo (Que pasen los siguientes, del libro Futuros Imperfectos), hago referencia al gen HLA-DQA1/DRB1, que desempeña un papel crucial en nuestro sistema inmunológico, al proveer las instrucciones para la formación de proteínas que contribuyen a la capacidad para distinguir entre las proteínas propias y las extrañas. Uno de esos protectores anónimos que nos ayudan a diario a deshacernos de virus y bacterias.

En la historia, supuestamente futurista, planteo algo más viejo que «el hilo negro» (¿de dónde vendrá esta expresión?), y es la percepción de que debe exisitir un equilibrio entre los bueno y lo malo, el yin y el yang, una especie de ley de conservación de la energía que no permite conseguir algo positivo sin la debida compensación. En el relato, querer mejorar a tu bebé para que, por ejemplo, sea un virtuoso de la música, acabará afectando a ese gen y, bueno, no quiero destriparlo mucho, pero digamos que las consecuencias no son del todo buenas.

Este es un tema debatido por filósofos, interiorizado no sólo en nuestra cultura sino en muchas otras, y de alguna forma creo que validado por teorías de la física y la estadística. ¿O no?

Ojala fuera que no, pero otro indicio que me invita a pensar que por ahí andan los tiros es el cambio climático, porque nuestro progreso imparable de los últimos dos siglos lo estamos pagando en incómodos plazos malgastando las riquezas de la naturaleza y la atmósfera de este planeta.

No nos está saliendo gratis, no.