En el año 2000 leí unas entrevistas que hicieron a unas personas que habían nacido en el año 1900, que habían sido testigos de todo lo que había sucedido durante el siglo XX.
¿Cuál es el avance tecnológico más impactante que has vivido?, o algo así, era una de las preguntas del periodista.
Uno de los ancianos contestó: la bombilla. El periodista se sorprendió. ¿Cómo? Durante el siglo XX ha habido muchos otros inventos que han transformado la vida de las personas: el automóvil, el avión, se ha llegado a la luna, la energía nuclear, internet… ¿Por qué la bombilla?, preguntó el periodista implicando que le parecía un invento menos sofisticado que otros.
Sí, dijo, pero lo que realmente me transformó la vida fue que las noches se iluminaron, se alargaron, estaban a un click de darle al interruptor e iluminar una habitación, que no hacían falta ni velas ni candiles que apenas daban luz para socializar y hacer más cosas dentro de la casa. Se podía andar por las calles sin peligro de pegarte un trompazo o caerte al río, las noches se volvieron un poco más seguras.
La luz eléctrica permitió que las ciudades crecieran todavía más, que las tiendas abrieran por más horas en invierno, que las fábricas pudieran funcionar durante más tiempo, lo que ayudó a que las jornadas laborales se alargaran, de alguna forma la luz eléctrica nos alejó del contacto con la naturaleza, de la necesidad de adaptarse a ella, de seguir sus ritmos.
Entonces, este avance tecnológico, como todos los avances, mostraba un lado positivo, el de ofrecer más oportunidades para socializar y acercar a la gente, pero también mostraba otro lado perverso, porque ha transformado la sociedad, cambiando el cómo, el cuándo, el dónde y por cuánto tiempo socializamos o trabajamos.
Y todos esos cambios han sido efectos colaterales de la intención original de los que desarrollaron la bombilla (Edison, por cierto, fue sólo uno de ellos), que tenían en mente, simple y llanamente, el conseguir una forma más efectiva de iluminar una habitación.
Estos efectos colaterales de los inventos son los que más me interesan, los que me intrigan, los que me fascinan. De forma similar a cómo funciona la Evolución en biología, son algo así como errores con consecuencias inesperadas, con consecuencias muchas veces transformadoras.
Y esta es una de las inspiraciones para las historias que escribo, el poner a personajes que son como cualquiera de nosotros en la situación de tener que lidiar con un avance tecnológico que está al caer, para explorar el qué podría pasar.
Porque más allá de escribir un ensayo sobre las consecuencias de las nuevas tecnologías, los relatos y las novelas tienen el poder de hacernos vislumbrar con más claridad lo que de otra forma sería más complicado de comprender.