Inteligencia + Estupidez

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La fe ciega en Donald Trump de millones de estadounidenses es algo fascinante. Está al nivel de la fascinación que sentí cuando conocí a una persona que creía firmemente en que seres reptilianos extraterrestres dominan nuestro planeta. Era un compañero de trabajo, mayor que yo, evidentemente inteligente por el puesto que desempeñaba y por mi experiencia con él hasta que me confesó sus más íntimos pensamientos, pero que no había forma de sacarle de sus creencias en reptiles que comen niños en estancias subterráneas en Nueva York o de su negación de la Ley de la Gravedad.

Inteligencia y estupidez son perfectamente compatibles, es el principio que aquella experiencia me ayudó a entender.

De la misma forma que la esquizofrenia hace que la mente superdotada de John Nash descarrile en su interpretación del mundo, como la película «A Beautiful Mind» describe, la estupidez puede hacer descarrilar la mente de todo tipo de personas, inteligentes y no inteligentes. Quiero creer que es una especie de virus que contamina las mentes y se propaga de forma endiablada, pero que puede ser curado, que existen vacunas que pueden eliminarla o tratamientos que pueden reducir sus síntomas.

En todo caso, tenemos que mirar a nuestro alrededor y tratar de detectar la estupidez, porque puede estar ahí, en las personas que nos rodean, en nuestra empresa, entre nuestros jefes… No es fácil de detectar, porque hay una diferencia sutil entre las diferencias de opinión, de punto de vista, que no son sólo respetables sino necesarias, y la estupidez. Existe una línea invisible, un territorio de nadie, en el que las verdades se estiran, en el que las evidencias se ignoran, en el que se repiten falsedades como mantras, y lo que puede iniciarse como opinión acaba pervirtiéndose en gilipollez.

Estad alerta.