Nuestras identidades puede definirse de forma «positiva», en función de unos valores o ideas que defendemos, «negativa», en contraposición a ideas con las que no estamos de acuerdo, o estamos en algún lugar intermedio, confundidos y desorientados.
Y digo identidades porque no tenemos sólo una: soy español, heterosexual, del Real Madrid, defensor del medioabiente, a favor de la igualdad, defensor de un mercado regulado, pro-vacunas, con inclinaciones ecologistas… Y algunas de estas identidades pueden entrar en conflicto, como cuando me encanta comer jamón y viajar en avión para visitar lugares exóticos y creo que deberíamos hacer algo para contrarrestrar el cambio climático.
El problema es que da la impresión de que nuestras identidades se están volviendo cada vez más negativas: están los anti-vacunas, los anti-capitalistas, los anti-fascistas, los anti-madridistas o anti-barcelonistas, los anti-fascistas, los anti-globalización, los anti-taurinos, los anti-nucleares… Y esto de ser «anti» a veces puede estar bien y ser necesario, pero me da a mi que hay algo de pereza en esto de ser anti, porque es mucho más fácil decir que «no» a algo que proponer alternativas.