«El nuevo novio de mi ex es más guapo, más inteligente, más divertido, más romántico, más atento, tiene más dinero, está cachas, tiene mejor coche… Si Lucía no me hubiera dejado la hubiera dejado yo, pero para irme con él. Qué cabrón…».
«Sí, y además la verdad es que, con lo maja que es ella, no sé qué hacía contigo… Por pena, supongo».
«No me jodas, que estoy aquí, no hace falta que seas tan honesto «.
«Cuanto antes lo asumas mejor, chaval. Pero míralo por el lado positivo, así es más fácil asumir lo sucedido y olvidarse de ella. Si te hubiera dejado por un tío normal estarías más frustrado, pero si te deja por este pedazo de Brad Pitt con doctorado, pues, nada, a pasar página y a alegrarse por ella».
«Sí, mirado así… tienes razón».
Los dos veinteañeros se están tomando una cerveza vespertina en una terraza. La plaza está rebosante de actividad.
“Además, mira a tu alrededor, el mundo está lleno de mujeres interesantes como… mira aquella morenaza del pelo largo… o aquella de las gafas que está leyendo un libro en aquel banco… o ese grupito, a cuál mejor…”.
“Vale, vale, no hace falta que señales”, replica el que se ha quedado sin novia.
“Si tienes una suerte… Libre como un pájaro… Si te ha hecho un favor”.
“A ver, no te pases, que yo estaba muy bien con ella. Lo que pasa es que además se te queda cara de tonto, cinco años de noviazgo, empezando a planificar la boda y ¡pam!… Si hasta habíamos debatido cuantos niños tener y los nombres de los niños”.
“¿Ah sí? ¿Cuántos?”.
“Pues dos, la parejita, Carla y Lucas”.
“¡Lucas! Ostia, no jodas, Lucas…”.
“Sí, que pasa, un tío suyo se llama Lucas y a mí… Bueno, me daba igual, la verdad…”.
Se quedan callados un momento, mientras aprovechan para beber de sus cervezas.
“¿Quieres que nos vayamos de putas?”, dice el amigo.
“Pero ¡qué dices! ¿De putas?”, replica asombrado el ex-novio de Lucia.
El amigo le hace gestos para que baje la voz, porque algunos de las mesas colindantes se han girado.
“Vale, vale, si yo lo decía porque te veo tan alicaído que…”.
“Pero ¿es que tú te vas de putas?”.
“¿Yo? Qué va, qué va… Si lo decía por ti, joder, lo decía por ti…”.
“Pues por mi no, que a mi no me va eso”.
“Ah, ¿no?”.
“No, joder, que no. ¿A ti sí, entonces?”.
“Que no, ostia, que no… Bueno, a ver, lo normal, un par o tres de veces, en alguna fiesta que se ha ido un poco de madre, pero, ostia, lo normal…”.
“¿Lo normal? Será lo normal para ti… Joder, si nunca me lo has dicho… Además, que llevas más tiempo con tu novia que el que yo llevaba con Lucía”.
“A ver, el santurrón, ahora va a resultar que tu eres un santurrón, que nunca ha roto un plato”.
“Pues no, yo nunca le he puesto los cuernos a Lucía”.
“Pero ¿quién dice nada de poner los cuernos a nadie?”.
“Pues tú, al decir que te has ido de putas alguna vez…”.
“Pero, alma de cántaro, que lo de irse de putas no es lo mismo que poner los cuernos a tu novia, ostia”.
La camarera llegó a recoger los vasos vacíos y preguntar si querían otra ronda, justo en el momento en el que el amigo pronunció la última frase.
“Pero ¿qué dices, gilipollas? Si tienes novia no te puedes ir de putas”, suelta la camarera, toda indignada.
“Perdona, pero estamos teniendo aquí una conversación mi amigo, al que le acaban de poner los cuernos, y yo. Un poquito de intimidad, por favor”.
El ex-novio queda indignado por la referencia a su persona como “cornudo”, pero no puede meter baza en la conversación porque la camarera responde:
“Me da igual, gilipollas, porque decir cosas así es de ser Neandertal, con perdón a los Neandertales”.
“Pero ¡qué es esto! Que venga ahora mismo el dueño, porque te va a caer un marrón de dos pares y a ti te van a despedir, bonita”.
“¿Despedir? ¡Ja! El dueño de esto es mi padre, gilipollas…”.
“Bueno, yo puntualizaría un poco el tema”, responde una mujer mayor que estaba sentada en la mesa de al lado.
“¡Pero, señora¡¿Usted también?”, replica, anonadado el putero.
“No, a ver, si en principio es por ayudarte en el debate. Mi puntualización es la siguiente: te puedes ir de putas en tanto en cuanto sea algo acordado con tu pareja. Porque en ese caso no está mal. Sin ir más lejos aquí, mi marido”, dice la mujer señalando al jubilado con el que se estaba tomando un granizado de limón, “se iba de putas de vez en cuando, pero como lo teníamos pactado, yo mientras me cepillaba a mi cuñado, que se quedó viudo. ¿Verdad, cariño? Y mira, aquí estamos, tan bien, 52 años de casados y tan felices. Eso sí, os recomiendo que toméis precauciones, porque aquí mi marido pilló un par de venéreas y el pequeño nuestro en realidad es de mi cuñado, que ha salido clavadito, clavadito a él…”.
La camarera y los amigos quedaron pasmados por la revelación de la señora mayor, mientras observaban a su marido sorber tan tranquilamente su granizado de limón, como si la cosa no fuera con él.
En ese momento un Jaguar F-Type X152 aparca a un lado de la plaza, hecho que atrae la atención de todos los presentes en la zona. La puerta del conductor se abre y de ese formidable vehículo surge la figura de un dios griego: cabello ondulante rubio, recogido de forma informal en una coleta improvisada, un rostro que ocupa el territorio intermedio entre el de Robert Redford, el de Brad Pitt y el de Chris Hemsworth, una camisa blanca con los botones superiores desabrochados que deja entrever un pecho henchido, unos bíceps fornidos, una espalda formidable. Con elegancia se acerca a la puerta del lado del acompañante, la abre y ofrece su mano a Lucia, la ex-novia. Ella la coge, sale del coche para acabar entre los brazos de su nueva pareja, que la besa con una suavidad enternecedora.
“Ese es el nuevo novio de su ex”, dice el amigo putero.
“Joder… Pues sí que está bueno el cabrón…”, expresa el marido de la mujer mayor, antes de darle un nuevo sorbo al granizado.
Todos, el amigo, la camarera, la señora mayor y el resto de clientes de la terraza del bar asienten con la cabeza, o murmuran palabras de aquiescencia, incluso se llega a escuchar algún que otro comentario lujurioso.
El ex-novio, resignado, se levanta y pregunta a la camarera:
“¿Cuánto es esto? Es que mira, mejor me voy…”.
“Nada, nada, invita la casa”, responde la chica con pena. “Pero sólo lo de él, lo tuyo lo pagas, ¿vale?”, le dice al amigo putero.
“Vale, vale…”.
El ex-novio, cabizbajo, se aleja de la plaza, mientras Lucía y su adonis se sientan en una de las mesas disponibles de la terraza. Desde la distancia, el pseudo-cornudo se gira y ve como la camarera les toma nota a su ex y su nueva pareja, aunque no sin dificultad, por el embelesamiento que siente ante la presencia de un tío tan macizo. Un embelesamiento compartido por el resto de mujeres de la plaza y una sorprendente proporción de hombres.
“Supongo que a veces una retirada a tiempo es una victoria”, piensa el ex-novio, justo cuando a una chica que pasa junto a él se le cae un libro del bolso. Es la chica de gafas que habían visto antes, la que estaba leyendo en un banco cercano. Se agacha a recogerlo y la llama para devolvérselo.
“Gracias”.
“De nada… Me llamo Luis, ¿cómo te llamas?”.
“Me llamo Ana”.
“Encantado de conocerte, Ana”.