Perder tu memoria

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¿Cómo ha ido?”, me preguntó su mujer cuando salí de la habitación. Que cómo me había ido…

Me llamó unos días antes, la mujer de Carlos, mi ex-compañero de piso de cuando trabajaba en una consultora recién salido de la universidad. Había sufrido un accidente, un fuerte golpe en la cabeza le había hecho perder la memoria. No recordaba a su mujer, a sus hijos, sus últimos veinte años borrados, eliminados. Lo que recordaba, lo que rememoraba con más insistencia, eran el par de años que compartimos en aquel piso del barrio de Sants en Barcelona. “¿Dónde está Jose? Quiero verle. Por favor, decirle que venga a verme”, les decía a los médicos y a su familia.

Yo recordaba nuestra época en aquel piso de veinteañero con cariño, pero hacía más de 15 años que no hablábamos, la vida nos llevó por caminos diferentes, a vivir en ciudades distantes. En todo caso, por supuesto, “Cojo el primer avión que pueda para ir a verlo”, le dije a su mujer.

Había perdido pelo, aunque el vendaje en la cabeza lo disimulaba, y los años habían dejado su huella, además de, por supuesto, el aturdimiento del accidente. Pero su sonrisa era la misma. Me vio y, si bien se sorprendió por la mella que a mí también me habían causado los años, me abrazó. “¡Jose, cabrón! Pero que viejo estás, joder…”, me dijo sonriendo.

Rememoramos las viejas historias, las batallitas, las noches de borrachera, las aventuras amorosas, las quejas de los vecinos por las fiestas que montábamos. Entonces me preguntó qué había sido de mi vida, no como el cuarentón que realmente era, sino como el veinteañero para el que no habían pasado los años. “¿Qué hay de todos esos sueños que tenías, de tus planes?”. Mis sueños, mis planes…

Carlos tenía fresco en su memoria mi yo pasado, el que soñaba, el que exultaba atrevimiento, el fantasioso, el quijotesco, era el Jose de ayer mismo. Pero la vida me fue adiestrando, enderezando, los ensueños se fueron filtrando por las grietas que surgieron con los ascensos, con el aumento de responsabilidades profesionales, con las hipotecas, con las actividades extra-escolares de los niños… Sentí como una punzada la cara de decepción que me puso cuando le conté, sin entusiasmo, que tenía un buen trabajo y una casa en las afueras.

Que cómo me había ido, me preguntó su mujer cuando salí de la habitación. Bien, muy bien. Carlos, como dicen los médicos, recobrará lentamente su memoria y yo vendré a menudo para contribuir en su recuperación.

Pero el que se va a recuperar con este proceso no es sólo mi amigo. También yo había perdido la memoria y no me había dado cuenta. Su accidente me ha ayudado a recordarme a mi mismo, a aquel que un día quise ser y había olvidado.