Podemos quedar fascinados ante los colores de una mariposa, el canto de un pájaro o la majestuosidad de un leopardo, sin ser plenamente conscientes de que esos seres vivos son la consecuencia de un proceso evolutivo de millones de años dirigido por la implacable ley de supervivencia. El “sólo los más aptos sobreviven” es una inmisericorde regla en la que la gran mayoría mueren, una variante del “sólo puede quedar uno” de aquella película ochentera de “Los Inmortales”.
La Evolución es implacable y cruel, no es el sistema que elegiríamos si fuéramos un Dios que al inicio de la Creación tiene que decidir como montar el tinglado de un mundo nuevo. Pero es un proceso tremendamente efectivo, un proceso que nos ha dado a luz a nosotros mismos.
La aparente contradicción es que algo funesto y sanguinario pueda tener consecuencias supuestamente beneficiosas. Bueno, digo “beneficiosas” desde el privilegiado punto de vista de los que hemos sobrevivido…