Me ha vuelto a pasar. Me volví a ver rodeado de una multitud que recorre caminos marcados, de una muchedumbre absorbida por una lascivia consumista, hipnotizada por denominaciones nórdicas, con la promesa de ser cebada en algún indeterminado momento de la ruta por unas albóndigas de origen vikingo. Sí, este fin de semana volví al IKEA y, sí, lo volví a pasar regular.
La excusa es que teníamos que mirar un armario. Y una mesita para el salón. Y un mueble para la tele. Y un sofá. O por lo menos un sillón. Y, y, y, o… Es lo que tiene la memoria, que cada pocos meses elimina de forma selectiva recuerdos negativos, seguramente un mecanismo evolutivo que favoreció, por ejemplo, el criado de tus retoños, que a pesar de que hay veces que te las hacen pasar como las de Caín, se te acaba olvidando y los acabas amando desaforadamente. Pues ese mismo mecanismo tiene efectos colaterales como el de olvidarte de las angustias que sufres por los pasillos del IKEA. Y, nada, que a los pocos meses te hace falta algo y… para allá que nos vamos.
Me cago en Darwin…