Piensas en una canción. Una de esas que significan algo especial para ti. Y unos instantes después, ya la estás escuchando. Cosas de la tecnología.
Esta inmediatez es extraordinaria. Como dioses de un olimpo antiguo, nuestros deseos se satisfacen con la velocidad con la que nuestros dedos hacen un par de clics.
Pero con este apremio perdemos algo.
Nos saltamos el ritual de buscar el vinilo, de admirar su portada, sacarlo de su funda, colocarlo en el tocadiscos, o anhelar conseguirlo cuando hubiéramos ahorrado lo suficiente, o esperar que el DJ de la radio la ponga sin enrollarse demasiado, o a que un amigo te regale ese casete grabado en su doble pletina.
Puede ser. O tal vez no.
Porque la inmediatez no permite disfrutar esa canción de la misma manera. Esa inmediatez la degrada, su valor se diluye. Quizás no la termines de escuchar, porque tus dedos, y tu mente, están en busca del nuevo click. Puede que saltes a la siguiente canción que también te ha venido a la mente. Y luego otra. Y otra. Y seguramente no habrás saboreado ninguna de ellas, no te habrás fijado en el golpe de batería, en el solo de guitarra, en la emoción que transmite el cantante.
Te ha faltado la espera, el ritual, el anhelo, la promesa, el deseo, la idealización, el esfuerzo por conseguirlo. Son estos ingredientes previos los que te permitirán saborear y disfrutar aquello que consigues.
No sólo es cuestión de música. Películas, comida, regalos, noticias, incluso la posibilidad de contactar con un amigo o un familiar. Todo al alcance de un gesto, del movimiento de los dedos, descargas instantáneas, promesas de envíos inmediatos.
Este consumismo puede ser una trampa que considera un éxito conseguir lo que deseas, con el riesgo de convertirnos en dioses de un viejo Olimpo que se aburren, en niños mimados que olvidan por qué deseaban lo que deseaban y se frustran en busca de lo siguiente.
Aunque todavía quedan rincones a los que aferrarnos. Como leer un libro, algo que requiere esfuerzo, tiempo, imaginación. En un mundo de inmediatos, leer es prácticamente un acto de rebeldía.
Quizás debamos redescubrir más rincones como estos, resistir la tentación de lo inmediato, elaborar a fuego lento nuestros deseos, retrasar su consumación, abandonar el camino de lo instantáneo y raramente pleno.
Aun a riesgo de que todo esto no sea más que las batallitas de un miembro de la generación del baby boom que vive atolondrado ante tanta inmediatez, aquí dejo esta advertencia. Porque quizás el presente se disfrute más si lo ocupamos con anhelos, y nos cuidamos de conseguir todo lo que deseamos.
