Hace poco leí una broma en Twitter que decía algo así como «lo difícil no es emprender, lo difícil es tener un padre que tenga dinero».
La movilidad social es más una ilusión que una realidad, si naces en una determinada clase social lo más probable es que permanezcas toda tu vida en ella. Y una de las razones que permite esta perpetuación de unos cuantos arriba de la pirámide es psicológica.
Diversos estudios muestran menor empatía para la gente que tiene más dinero; en un curioso experimento se da más dinero a unos participantes que a otros para jugar al Monopoly y las personas que consiguen ganar el juego partiendo con ventaja no atribuyen su éxito a esas prebendas que arbitrariamente han disfrutado sino que se vuelven arrogantes y vinculan su triunfo a su habilidad en el juego. Incluso se ha comprobado que la probabilidad de ceder el paso a un peatón a punto de cruzar un paso de cebra se reduce drásticamente si la persona conduce un vehículo de alta gama.
Puede que no vivamos en un sistema de castas tan descarado como el que se puede vivir en otras sociedades, pero las castas están ahí, incrustadas en nuestros cerebros, aunque no las veamos.