Donald Trump perdió las elecciones, pero 74 millones de personas, el 47% de los votantes, pensaron que Mr. Trump era el mejor candidato para presidir Estados Unidos. Y lo más sorprendente de todo, tras 4 años en los que Mr. Trump demostró sus dotes como presidente.
¿Ha sido sólo un mal sueño, un traspiés, un despiste, tras el cual volvemos todos a la normalidad? ¿O la aparición de Mr. Trump ha destapado la realidad, el verdadero yo de millones y millones de personas? Trump puede que acabe por irse, pero los 74 millones de personas que a pesar de todo le votaron, están ahí.
Y vale, muchos de esos millones de personas más que votar a favor de Trump estaban votando en contra de los demócratas, del establishment y todo eso, no es que realmente estuvieran a favor de ese personaje, pero hay que tener mucho estómago para votarle. Y no es que los 81 millones de personas que votaron por Biden sean todos un ejemplo de visión política, de ecuanimidad o de imparcialidad, entre esos millones de personas muchos votaron más con las vísceras que con la cabeza.
La situación en otros países no es muy motivadora tampoco. Boris Johnson y el Brexit, Bolsonaro, las deprimentes opciones políticas en España… Puede que no hayan llegado a los niveles caricaturescos de Trump, pero no andan muy rezagados.
Millones y millones de personas, en todos los países, deciden las opciones políticas en medio de un confuso maremágnum de reality shows, de tertulianos, de tweets, de titulares, de confusiones, de miedos viscerales. La democracia que sale de ese mejunje es baja en racionalidad y ecuanimidad, alta en nerviosismo y arrebatos, carente de empatía y cordialidad.
Donald Trump no ha sido el problema, ha sido sólo un síntoma.