Por razones de trabajo conozco a muchos expatriados que viven en Singapur. Son personas que llevan años en aquella ciudad-estado del sur de Asia, que viven con sus familias allí, tienen hijos allí, y les encanta vivir allí. Los expatriados que conozco son de países europeos y tiene buenos trabajos con buenos salarios, así que se puede decir que son unos privilegiados en comparación con el común de los mortales.
Pero a pesar de estos privilegios, al ser formalmente extranjeros en Singapur, no pueden participar en la vida política de la ciudad. No pueden votar. ¿Es esto algo que les preocupe? No. Todos piensan que Singapur es fantástico y no sienten una necesidad por votar, muchos no tienen interés por la vida política del lugar.
Hay que recordar que Singapur no es una democracia plena, es más bien un estado autoritario con elecciones formales que se suceden religiosamente cada pocos años en las que siempre gana el mismo partido y la libertad de expresión está comprometida. Pero que funciona muy bien, un autoritarismo tecnócrata y benigno que ha conseguido niveles de desarrollo espectaculares en los últimos 50 años a base de convertirse en un paraíso fiscal para las empresas y un sistema de segregación social en el que la población de origen chino, indio y los expatriados viven en una estable armonía, con la contribución esencial de mano de obra barata proveniente de Malasia que transita de forma permanente, noche y día, sus puentes/fronteras.
Así que “mientras esté yo caliente, ríase la gente”, como dijo aquel. El expatriado ni vota ni falta que le hace. Seguramente se interesará más por las elecciones de su país de origen, a miles de kilómetros de distancia, en las cuales participará por correo, aunque sus efectos directos en su vida sean insignificantes. Por lo menos sirve para saciar la sensación de participación política en sus mentes.
Esta actitud de “mientras esté yo caliente…” es más fácil de discernir con los expatriados que viven en un país aparentemente eficiente, pero en realidad sucede dentro de un mismo país, sea cual sea. Todos tenemos una tendencia, natural, a preocuparnos más por nuestra situación que por otras cosas, mientras estemos bien no nos interesa cambiar nada, y la política es más un entretenimiento, como si de un programa de “Reality TV” se tratara. Nos podemos indignar por esto o por aquello, pero esta indignación es más parecida a las emociones de un forofo de fútbol que a la de una persona realmente preocupada por la política.