Para mí, el caviar iraní siempre ha sido el estereotipo de objeto de lujo. Creo que nunca he probado caviar de verdad, sólo sucedáneos, pero la verdad es que nunca me ha llamado la atención. Siempre he tenido clara la diferencia entre precio y valor. El precio es sólo el resultado de la combinación de la oferta y la demanda, un precio alto no quiere decir que algo sea mejor. Estoy convencido que, por ejemplo, un buen huevo frito, con su puntilla es un manjar que es superior al caviar, si los huevos fritos fueran más escasos que el caviar tendrían un precio más alto. Otro ejemplo es el aire que respiramos, seguramente el bien más valioso que está a nuestro alcance pero, ¿cuánto pagamos por él? Nada.
Hoy no pagamos por el aire, resulta raro pensar en ello. Pero no es tan difícil imaginar un futuro en el que la calidad del aire sea tan peligrosa que las empresas la vean como una oportunidad de negocio. De hecho, esto ya existe, si pensamos en la venta de purificadores de aire, un negocio que empieza a ser considerable especialmente en las urbes donde la contaminación es elevada.
Llevado a un extremo, podríamos llegar a situaciones en las que botellas de oxígeno sean absolutamente necesarias para sobrevivir: las necesitarían unos colonos en Marte, o los supervivientes de una hecatombe nuclear, por ejemplo.
Ojalá no lleguemos a situaciones en lo que lo más básico sea extremadamente caro. En cierto sentido, que existan cosas superfluas y caras, como el caviar, es un síntoma del nivel de abundancia de una sociedad.