Culto al meme

A Che Guevara la cosa de gobernar le aburría un poco. Eso de ser Ministro de Finanzas y Presidente del Banco Nacional le permitió experimentar la diferencia que existe entre unos ideales ambiciosos y la disidente realidad que no hace exactamente lo que uno quiere.

Así que dejó su puesto de ministro y se dedicó a lo que de verdad le ponía, la cosa de montar revoluciones y derrocar gobiernos. Empezó con el Congo, pais enorme, en el centro de África, lugar ideal para irradiar los ideales a todo un continente. Pero, claro, no es lo mismo aunar esfuerzos en una isla con contornos bien definidos, con apenas un puñado de siglos de historia (en Cuba no queda ni rastro de sus habitantes originarios), que en un lugar como el Congo, con cientos de tribus con miles de años de haber estado por ahí. Lo de «pais», lo de «nación», no tiene el mismo sentido en ese contexto. En menos de un año, el Che y sus camaradas acabaron por huir de aquel lugar.

Un año después vuelve a intentarlo en Bolivia, centro geográfico de sudamérica, también un lugar «ideal» para irradiar la Revolución. Y ahí es donde acaba muriendo en combate contra el ejercito boliviano, con la ayuda de la CIA.

El morir por tus ideales puede tener cierta mística, hay algo de romanticismo que te invita a respetarlo. Pero también existe una parte de tozudez, de incapacidad de aceptar una realidad compleja, de simplificarla y buscar soluciones radicales que no han sido validadas, de imponer tus ideales por la fuerza, de atracción por la aventura, por la violencia.

Pero, claro, esas fotos con su mirada al infinito y sus esloganes al estilo «¡Hasta la vitoria siempre!», queda muy bien en memes y camisetas, que es lo que ha acabado el místico de El Che: de producto de la mercadotecnia.