En una escena de una película que no viene al caso, ambientada en los 70, una mujer entra en una tienda de discos y ojea entre las portadas como si fueran tesoros, encuentra uno de Miles Davis, lo escucha y entra en éxtasis.
En un contexto en el que escuchar música requiere este esfuerzo, es algo difícil de encontrar, no está disponible, una canción de Miles Davis es equivalente al caviar iraní. Pero en un contexto como el actual, en el de los servicios de streaming en los que cualquier canción del mundo está a un «Alexa ponme esto» de distancia, no valoramos lo que está a nuestra disposición. De repente Miles Davis se convierte en un «Hacendado» más, una marca blaca, un producto más escondido en una montaña.