La historia interminable

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Un hombre en Tokio le pregunta a otro «¿Dónde vamos a comer?», una mujer de Buenos Aires que le dice a su marido «Hoy no podemos…»; sin dejar de acabar la frase, ahora vemos un niño de un poblado de Bostwana diciendo «…ir a casa de mi tía…»; «…se ha roto el coche», continúa en Auckland un contable neozelandes.

Un Dios travieso y aburrido prodría permitirse este entretenimiento banal, el de encadenar las palabras de una persona con las de otras, en tiempo real, de tal forma que contaran una historia cualquiera. Pero a falta de esos dioses griegos, caprichosos y temperamentales que protagonizaban culebrones y melodramas, tenemos a nuestra disposición algo que también otorga poderes divinos: la tecnología.

Un sistema de inteligencia artificial podría recoger todas las conversaciones que se suceden en el planeta y ensamblar multitud de historias, tantas como la probabilidad y los grandes números puedan ofrecer. El 99% de éstas serían absurdas, repetitivas o aburridas, pero entre todo ese maremágnum de relatos incongruentes la estadística nos sorprendería con un puñado de historias sorprendentes, originales o conmovedoras. Encontraríamos poemas dignos de ser leídos por García Lorca, cuentos que le hubiera gustado escribir a Allan Poe, o novelas farragosas que James Joyce hubiera disfrutado como un enano.

Entre todo el caos que nos rodea se esconde la belleza.