Los territorios fronterizos son algo curioso, por su artificialidad, por su temporalidad. Las fronteras son algo que los humanos hemos puesto ahí, en unas coordenadas espacio-temporales que van fluctuando según las vicisitudes de los tiempos.
Mis padres son de uno de los territorios más insignificantes desde el punto de vista de los intereses geoestratégicos actuales: Albacete. ¿Alguien puede pensar en una zona menos relevanta para la geopolítica de hoy en día? Pues hace mil años fue un territorio fronterizo que no tenía nada que envidiar a lo que hoy es Cachemira, o el paralelo 38 que divide las Coreas, con sus reinos cristianos y musulmanes dándose palos a base de razias para capturar esclavos o intimidar al enemigo.
Hoy existen fronteras enormes, como la que separa Estados Unidos de México, con su intenso tráfico de personas, legal e ilegal, sus contrabandos, sus drogas, sus guardias, sus túneles, sus muros, un territorio que hace apenas doscientos años no era más que uno más de este planeta, tan igual y tan diferente como cualquier otro. Una frontera que hoy debe su importancia geopolítica a las rivalidades entre dos países Europeos, España e Inglaterra, que se remontan a más de cuatrocientos años atrás.