Leo en un libro que ha caído hace poco en mis manos, «Good Vibes, Good Life«, los efectos positivos de ser optimistas, sonreir, comer bien, evitar a las personas negativas, celebrar los logros… Un compendio de buenos hábitos que, efectivamente, pueden contribuir a vivir mejor.
El problema, que me hace sentir como cuando escuchas el chirrido de unas uñas en una pizarra, son las menciones constantes a conceptos pseudocientíficos relacionados con «las vibraciones de los entes y su sincronización«, «vibraciones electromagnéticas de la comida» y cosas de ese palo. ¿Qué necesidad hay de tratar de explicarlo en términos?
Pero bueno, esto de llegar a conclusiones razonables por caminos equivocados es algo más normal de lo que parece. De hecho, todo nuestro sistema moral se basa en creencias acerca de un ser sobrenatural y el miedo al castigo eterno, fábulas que sin embargo han permido desarrollar un conjunto de reglas que nos permite vivir en relativa armonía sin que nos matemos los unos a los otros a diario.
De alguna forma, los seres humanos tendemos a disfrazar lo razonable con una capa de palabrería y pensamientos mágicos que no son realmente necesarios, una querencia por aderezar la realidad con elementos que la pretenden hacer más interesante. ¿Una reminiscencia de las historias que adornábamos mientras nos las contábamos a la luz de la hoguera hace miles de años?