Saber el truco del mago

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El cineasta Luis Buñuel decía que era «ateo por la gracia de Dios». Pero no era un ateo combativo, sino más bien comprensivo con los misterios que gestiona la religión. Decía cosas como ésta:

«Culturalmente, soy cristiano. Habré rezado 2.000 rosarios y no sé cuántas veces habré comulgado. Eso ha marcado mi vida. Comprendo la emoción religiosa y hay ciertas sensaciones de mi infancia que me gustaría volver a tener: la liturgia en mayo, la imagen de la Virgen rodeada de luces. Son experiencias inolvidables y profundas».

Buñuel era de Calanda, un pueblo de Teruel que, como tantos otros, tiene su milagro emblemático, en el que la Virgen del Pilar le restauró la pierna amputada a un vecino del pueblo. Una historia que el cineasta debió aprender desde su más tierna infancia, como si de una verdad inmutable se tratara. Cuando creció su espíritu crítico se rebeló contra los dogmas de la religión pero conservó su simpatía por las tradiciones cristianas, porque no te puedes rebelar del todo cuando te inculcan una historia tan poco creíble como la del convecino que recupera su pierna, ya que no sólo te rebelas contra una religión organizada sino contra la buena fe de tu madre, de tus tíos o de tus vecinos, y ves que hay algo en esa ingenuidad que no tiene porqué ser intrínsicamente malo. Es como si, a pesar de saber el truco del mago, sigues disfrutando de su espectáculo.