Si no sabes que las bacterias y los virus existen, no vas a saber explicar con precisión cómo las enfermedades se propagan, y rellenas los huecos de tu entendimiento con espíritus, diablos, brujas y los cambios de humor de las deidades de turno. Lo mismo sucede si no sabes que existen unas cosas que se llaman placas tectónicas, o no sabes de átomos y las misteriosas partículas que las componen, o como se mueven los objetos que vemos en el firmamento.
Nuestro entendimiento de la realidad se fundamenta en un puñado de conceptos básicos, sobre ellos se construyen las interpretaciones de lo que nos rodea, pero esos cimientos simpre van a tener algunos bloques de relleno, partes menos precisas y rigurosas que están constituidas de generalidades, la inercia de pensamientos anticuados, supersticiones, reflexiones perezosas o apresuradas, de miedos heredados.
Así, uno puede ser partidario de una economía con impuestos bajos y mínima intervención gubernamental porque cree que es lo mejor para su país, basando su planteamiento en los bloques de pensamiento neoliberales que ha mamado desde pequeño. Y dentro de esa mente todo encaja a la perfección, porque entre los bloques sólidos y objetivos se colocan otros menos rigurosos, que han caído ahí más por simpatía que por otra cosa y que acaban reforzando todo el conjunto. Y lo mismo puede pasar con una persona para el que la panacea sean los impuestos altos y la intervención, ya que entre sus bloques de pensamiento objetivos y rigurosos también se entrometerán otros de rigor más relajado.
Rellenar estos huecos debe ser una necesidad para que nuestra mente no se vuelva majareta, lo importante es reconocer que practicamente cualquier cosa que digamos está trufada de bloques impostores. Por la cosa de relativizar quién tiene razón en esto o aquello.