Lo de trabajar en predecir cuantos productos vamos a vender dentro de 6 meses tiene un punto filosófico interesante: tratamos de adivinar lo que el consumidor todavía no sabe, todavía no se ha planteado. ¿Has pensado ya en lo que vas a regalarle a tu pareja o tus hijos estas Navidades? Supongo que no, estamos en Marzo…
Pero las empresas necesitan predecirlo con el fin de que el producto esté disponible para que tú lo compres en Diciembre, tienen que planificar ahora todo lo necesario para que la maquinaria de fabricación, de logística y de ventas consiga que lo tengas en la tienda o a un click de distancia dentro de unos meses.
Y es aquí donde se encuentra una idea algo incómoda: ¿Somos tan predecibles? ¿Somos tan insignificantes que nuestro comportamiento puede ser anticipado por unos algoritmos?
Estas preguntas representan un ataque a la línea de flotación de nuestra individualidad, a nuestra aparente libertad de criterio, a la esencia de lo que creemos que somos.
Mi forma de interpretar esta paradoja es que lo que se puede predecir no es exactamente tu decisión, pero sí se puede anticipar una probabilidad de lo que vas a decidir, y esto es posible porque somos animales sociales. Por mucho que vivamos en una época en la que se exalta la individualidad, la realidad es que somos parte de un grupo, para lo bueno y para lo malo, y en ese contexto nuestra individualidad, y nuestra libertad, es más bien un espejismo.