Asistencias

Photo by Dominika Roseclay on Pexels.com

Cuando era pequeño, lo que más me gustaba era jugar al fúbol. En el solar de enfrente de mi casa, en el recreo, en el pueblo… Aunque no era muy bueno, me apasionaba.

Hoy en día, un día a la semana, si el trabajo me lo permite, todavía juego al fútbol con unos amigos, y lo sigo disfrutando a pesar de la frustración que supone la pérdida de velocidad, de reflejos, el jugar contra chavales que podrían ser mis hijos.

No soy especialmente habilidoso, sobretodo cuando estoy frente al portero, momento en el que «se me hace de noche» y apenas soy capaz de darle un punterazo al balón. Pero sí que hay algo en lo que me considero más «especial»: los pases inesperados, las asistencias que dejan sólo a un compañero, los que permiten que otros marquen los goles. Es como un acto de creación, el encontrar esa línea entre todas esas piernas, esa trayectoria que nadie había imaginado, ese hueco que nadie había visto. Cuando eso sucede, y el compañero logra marcar, vuelvo a sentirme como aquel niño que jugaba en el solar de enfrente de mi casa.