El mundo cambia, vaya que si cambia. Pero no suele hacerlo de forma gradual, lo hace más bien a base de bruscos trompicones. Sin ir más lejos, la pandemia ha convertido lo de trabajar desde casa en una realidad. Yo mismo voy a la oficina sólo un par de días a la semana, el resto lo paso en una pequeña oficina que me he montado en casa con el tendedero de la ropa a un metro de mí, estratégicamente fuera del foco de la cámara del ordenador. Y la subida del precio de la energía que estamos sufriendo es probable que esté acelerando el movimiento hacia las energías renovables.
Dos ejemplos de dos hostias que nos sueltan, que duelen como un demonio, pero que tienen un efecto «espabilador» nada desdeñable, porque hay veces que si no se agita el frasco la cosa no se desatasca. Pero, claro, la metáfora sonaría mejor si no nos hubieramos dejado unos cuantos muertos por el camino…