No encontraremos registros fósiles de la primera vez que un Homo Sapiens le gritó «¡Gilipollas!» a otro, porque los insultos tienen ese carácter vaporoso, que se quedan ahí, pululando por el aire y por mucho que un paleantropólogo excave que te excave, va a estar complicado que encuentre nada por la cosa de que las injurias no fosilizan bien.
Pero está claro que los Homo Sapiens se debieron insultar los unos a los otros muy, muy al principio de su surgimiento como especie, ¿no? Que si están cazando un mamut y uno pisa una rama, provocando que se escape la presa, y otro le dice «¡Pero serás tontolaba!». O cuando hacen la gracia de mearte encima del fuego que ha costado un hora encender y le dedican un «¡Gilipuertas!» con toda el alma, y así sucesivamente.
El quid de la questión es cuándo se pasó del gruñido con intención insultadora al insulto propiamente dicho, esto es, una palabra específica cuyo significado es claramente denigrante. Mi teoría es que esto debió pasar justo después de que se inventaran los primeros vocablos, unas palabras que en sus inicios debieron cubrir los conceptos más básicos: mamá, sí, no, agua, comida, cerca, peligro… Pero en cuanto se cubrieron las primeras 20 o 30 palabras esenciales para desenvolverse en su día a día, justo ahí debió surgir el primer «¡Gilipollas!» de la historia. Y seguramente tuvo un éxito arrollador por su efecto liberador, ya que se trataba de un concepto nuevo que expresaba lo que todo el mundo sentía pero no eran capaces de articular debidamente, porque no era lo mismo gruñir de mala gana que soltar un buen «¡Gilipollas!” en toda regla, con todas sus sílabas, que parecía que se te llenaba la boca al pronunciarlo y te dejaba mucho más satisfecho, dónde va a parar… De esta forma el insultar se puso de moda, fue el meme del momento, y muy pronto empezaron a combinarlo con las palabras ya existentes (como “¡Peligro gilipollas!” si estaba a punto de comerte un tigre) y a elaborar nuevas variantes: idota, imbécil, capullo, huevón, pelotudo… pero, claro, en la lengua primitiva de entonces, que a saber cómo se decía.
En fin, ahí dejo esta teoría para que algún antropólogo especializado en linguistica tire del hilo, desarrolle más el tema y resuelva este engima totalmente ocioso e innecesario.