Cada vez que lleno el depósito de mi coche la magia del capitalismo hace fluir el dinero que pago a través de diferentes entidades financieras y paraísos fiscales, como si de una máquina de pinball se tratara, llega a un oasis en el desierto o alguna oscura dictadura, y los propietarios de los pozos, aburridos de tener tanta riqueza, se compran equipos de fútbol u organizan campeonatos de golf. Las personas que en este planeta tienen una especial habilidad para golpear diferentes tipos de objetos esféricos, que han sido contratadas por cantidades estratosféricas, ingresan parte de ese dinero y lo hacen fluir por la máquina de pinball, otra vez las entidades financieras y los paraísos fiscales, se compran mansiones con piscinas climatizadas, y el dinero que me he gastado esta semana en llenar el depósito de mi coche para ir a trabajar contribuye, por unos minutos, a mantener la temperatura perfecta en las piscinas de esas mansiones.
Todo este ballet de flujos financieros, este hilo invisible que nos une con la piscina climatizada de los deportistas de élite, podría tener hasta un punto poético, si no fuera por su perversión y el tufo que genera.