Recibo la llamada inesperada de un amigo del que hace más de veinte años que no sé nada. Me dice que está de mudanza y ha encontrado en una caja unas fotos de cuando estudiábamos juntos en la Universidad, que ha sentido la necesidad de llamarme, de rememorar juntos todos aquellos recuerdos.
Te acuerdas, me dice, de la fiesta aquella en casa de Marcos. Qué borrachos acabamos, con los vecinos llamando a la policía por el escándalo que montamos. Y Luis, ¿te acuerdas de Luis? ¿Qué habrá sido de él? Qué fenómeno. Y aquellas partidas de mus en la facultad…
Me sigue contando historias y me percato de que se ha confundido de Juan. Él cree que está llamando a otro, el Juan que era su amigo de juergas, mi relación con él fue mucho más superficial, pero no encuentro el momento de advertirle del error. Está emocionado, hay momentos en los que percibo congoja en su voz, unos silencios que interrumpen la conversación parecen indicar que está llorando. Me da la sensación de que esta llamada le está viniendo bien, un desahogo en un momento de su vida en la que algo no encaja.
Después de unos minutos en los que es él el único que habla, quedamos con que tenemos que vernos pronto, sin concretar, nos mandamos abrazos y nos despedimos. Hasta la próxima.