«Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ranas…«.
«¿Ranas?… No sé Federico, empieza bien, pero lo de las ranas…».
«Pues a mí me suena de puta madre. Además, las ranas son verdes, ¿no?».
«Hombre, sí, pero no sé… no lo veo. Yo creo que deberías darle otra vuelta».
Fue ese amigo anónimo, cuyo nombre hoy desconocemos, el que empujó a Federico García Lorca a subir el listón de sus versos y le ayudo a convertirse en el autor universal que hoy todos conocemos. Un rol importantísimo, este del amigo-consejero anónimo, que se ha dado muchas veces no sólo a lo largo de la historia de la literatura, sino también en la historia de la música, como en este otro ejemplo:
«¿Y cómo es él?
¿En qué lugar se enamoró de ti?
¿De dónde es?
¿A qué dedica el tiempo libre?
Pregúntale
¿Por qué ha robado un trozo de mi vida?
Es un cabrón, que me ha jodido vivo»
«Muy bien, Jose Luis, tiene punch, sí, aunque a lo mejor lo acabas de una forma un poco brusca, ¿no crees?»
«Ya, pero es que va sobre un hijoputa que me roba la novia»
«Sí, Jose, pero yo creo que sonaría mejor si lo acabaras de una forma algo más elegante»
«Ya… Lo que pasa es que cambiar ahora las rimas…»
«¿Y sí en lugar de cabrón pones ladrón?… Y en lugar de que me ha jodido vivo puedes poner que me lo ha robado todo…»
«A ver… sí, en principio encaja, pero no sé, me suena un poco blandengue así…»
«No, Jose Luís, ya verás, que queda mejor…»
Al mismo tiempo, es la ausencia de un buen amigo-consejero la que explica que personas con gran potencial acaben despeñándose por el abismo de la vulgaridad, como en este caso:
«La Ramona pechugona tiene cántaros por pechos, Ramona, te quiero…«
«Joer, Fernando, cojonudo, esa letra mola un huevo… ¿otro chupito?»
«¡Venga ese chupito!»
Una pena que los nombres de esos amigos queden en la penumbra y nunca sean conocidos, porque son esenciales en el alumbramiento de las obras maestras que todos admiramos, o los culpables de las que no admiramos tanto.
En todo caso, miremos a nuestro alrededor, los que tenemos la afición por la cosa creativa, y brindemos por esos amigos que influyen, para bien o para mal, en nuestras obras (en mi caso, el muy cabrón, no ayuda demasiado…).