La NASA ha hecho públicas las primeras fotos del telescopio espacial más poderoso de la historia, el James Webb. La imagen que se muestra en esta entrada, el cluster SMACS 0723, ocupa en el cielo el equivalente a un grano de arena que sostuvieramos sobre un dedo con el brazo estirado, y la fotografía muestra como este minúsculo pedazo de firmamento esconde miles de galaxias (no estrellas, ga-la-xias).
La enormidad del Universo, para mentes como las nuestras que están más familiarizadas con el 0 que con el infinito, es apabullante, inconcebible, es un recordatorio de nuestra insignificancia, de nuestro aislamiento, un generador de questiones sin respuesta. Es posible que el Universo esté repleto de miles de mundos con seres que se pregunten simultaneamente si están solos, pero que son incapaces de comunicarse entre ellos; pero también es posible lo contrario, que la inabarcabilidad del Universo es la condición necesaria que permite que fructifique la improbable posibilidad de nuestra existencia.
Lo que nos queda hoy es la frustración de no saber cuales son las respuestas a todas esas preguntas. Serán las generaciones venideras las que seguirán progresando en el conocimiento, en la exploración, en los viajes interestelares, los que acaben por ver otros mundos, otros seres, otras civilizaciones. Nosotros nos tenemos que conformar con la especulación, con la imaginación, estimulados por el nuevo horizonte que nos proporciona el James Webb. Somos como Moisés, que tras 40 años llegó a las llanuras de Moab, con la Tierra Prometida al otro lado del río Jordán, comunicó a los israelitas que él no podía cruzarlo porque Dios se lo había prohibido.