Mensajes en una botella

A los romanos les gustaba la cosa de escribir, con poetas como Tito Lucrecio Caro, Publio Ovidio Nasón o Publio Virgilio Marón, historiadores como Tito Livio o dramaturgos como Tito Maccio Plauto, por nombrar solo unos pocos. Incluso el emperador Marco Aurelio escribió “Meditaciones”, sus reflexiones filosóficas basadas en los principios estoicos, cuando estaba de campaña militar por Alemania en el siglo II.

Mientras tanto, los “barbaros” contra los que luchaba no escribían cosas tan profundas porque, simplemente, no sabían: en sus culturas lo de la escritura no había calado todavía. De hecho, lo que sabemos de los bárbaros es principalmente por lo que sus enemigos, los romanos, escribieron sobre ellos. Seguramente los pueblos del norte tenían entre ellos gente la mar de espabilada y profunda, sus grandes pensadores, sus poetas y potenciales dramaturgos, pero sus palabras solo tenían el aire y el boca a boca como medio de transmisión. Una pena que no nos quede constancia de los pensamientos de tanta y tanta gente alrededor del mundo.

Los bárbaros y pueblos similares tenían excusa, pero ¿y nosotros? Nosotros disponemos de múltiples medios para dejar constancia de lo que se nos pasa por la cabeza, por insignificante que sea. Está feo no aprovechar estas oportunidades ¿no? Venga, ponte a ello, quién sabe, a lo mejor te lee un historiador del futuro, dentro de 5.000 años.