El encargado de elegir, hace tiempo, los sonidos para representar ciertas realidades tuvo sus deslices, porque hay cosas que no quedan bien.
Por ejemplo, “Geranio”. Encuentro esta palabra demasiado áspera, basta, severa, para dar nombre a una flor que quizás no sea de las más hermosas, pero tampoco está tan mal. Lo mismo puede decirse de “Azucena” u “Hortensia”, vocablos que no tenían que haberse asignado a flores, sino a un armario de la cocina (“Cariño, pon los platos en la azucena”) o a alguna ciudad del norte de Italia (“La catedral de Hortensia es una pasada…”).
Otros ejemplos, “Almorrana”, o su hermana “Hemorroide”, palabras rotundas, de una sonoridad elegante, pero que les ha tocado referirse a una realidad un tanto incómoda, cuando hubieran merecido referirse a una cumbre del Himalaya (“Edber Karlston ha alcanzado la cima del Hemorroides, el último ocho mil que le quedaba, sin botellas de oxígeno…”), o un archipiélago de El Pacífico (“Las Almorranas, donde se encuentra la fosa marina más grande del mundo…”).
En fin, supongo que no era tarea fácil, lo de asignar sonidos a tantas y tantas cosas, y algún desliz el encargado tuvo que tener, así que mejor se lo perdonamos.