Pisando lo fregao

“¡Espartanos! Dentro de mil, dos mil, tres mil años los hombres de cien generaciones aún no nacidos vendrán de más allá del mar impulsados por la curiosidad por el pasado. Mirarán a través de nuestra llanura. ¿Qué quedará de los espartanos? Esto, lo que hacemos hoy aquí…”.

“Leónidas, ¡la madre que te parió! ¿Pero qué hacéis? ¡Que me estáis pisando en lo fregao!”, el bedel apareció por una de las puertas del templo, donde el líder de los espartanos se encontraba arengando a sus soldados.

“Calisto, haz el favor, no me interrumpas, que nos vienen los persas por las Termópilas…”.

“¡Ni Termópilas ni Termópilos! Pero ¿qué te cuesta arengarlos ahí en la puerta? Que he estado toda la mañana fregando y limpiando todo esto, por el amor de Zeus, que esta tarde tenemos la Romería de los Dolores de Afrodita… Y ahora, ala, aquí, doscientos soldaditos con todas las sandalias llenas de polvo, poniéndome perdido todo el templo”.

“Trescientos, somos trecientos”, dijo uno de los que estaba en primera fila.

“¿Trescientos? Pues peor me lo pones. Venga, ahora mismo, todos para fuera, ¡todos para fuera!”.

“Vale, vale… Qué carácter… Venga, vamos, chavales, seguimos ahí en la plaza…”.

Una vez en la puerta del santuaro, Leónidas retomó su discurso mientras Calisto, todo cabreado, se puso a fregar, de nuevo, el suelo de mármol. Desde allí dentro escuchó: “¡Espartanos! ¿Cuál es vuestro oficio?”, que fue seguido por un unánime “¡A-hú! ¡A-hú! ¡A-hú!” aullado por los trescientos soldados.

“La madre que los parió… a-hú, a-hú… cómo me lo han puesto todo los soldaditos de los collons estos…”, musitó toda cabreado Calisto, que le tomó más de una hora volver a dejar el templo listo para la romería.