Elogio de la rutina

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Las vacaciones disfrutan de muy buena prensa, y no es para menos. Viajar, volver a ver a la familia y amigos, experiencias nuevas, comer más, beber más, ponerse moreno… Las planificas, las imaginas, las disfrutas y a veces las sufres.

El problema que tengo con las vacaciones es el desajuste que me crea con la cosa de escribir. Trato de hacerlo todos los días, y mi truco es buscar el momento adecuado dentro de ese límite de 24 horas. En mi caso, bien temprano, cuando mi familia está todavía durmiendo. Y me va más o menos bien durante casi todo el año menos… cuando tengo vacaciones. Los horarios se me desbarajustan, entre vuelos, trasnochadas, cansancio, falta de espacio para escribir… Y, aunque yo quiero vacaciones como el que más, echo de menos el rato de tranquilidad necesario para encadenar una palara detrás de la otra.

Y es que la rutina está muy minusvalorada, tiene mala fama, está vinculada a conceptos como inercia, aburrimiento o automatismo. Sin embargo la rutina es necesaria para concebir, para imaginar, es el elemento inesperado pero necesario que cataliza las fuerzas creadoras, la que ofrece la tranquilidad indispensable para tejer las palabras, el espacio que permite transmutar lo real en lo imaginado.

Así que, una vez acabadas las deseadas vacaciones, le doy la bienvenida de nuevo a esa querida compañera, la rutina.