Hace años, siendo un adolescente, leí la novela «Sin novedad en el frente», escrita por escritor alemán Erich Maria Remarque en los años 20. Cuenta el sinsentido de la Primera Guerra Mundial desde el punto de vista de un joven soldado alemán.
De esta novela quedan en mi memoria algunas escenas que me impactaron, como la del protagonista viajando en el tren para ver a su familia por unos días, por un permiso que le han dado, para volver luego otra vez a los horrores de la guerra de trincheras. Y otro de los momentos que recuerdo es cuando unos cuantos soldados se juntan para cagar juntos en el campo, mientras hablan y bromean.
¿Cagar juntos? En el mundo en el que vivimos hoy en día es algo bastante inusual, las casas de hoy proporcionan una intimidad en la que no es posible una cagada comunitaria, simplemente no tenemos letrinas pegadas una junto a otra. Pero en el pasado era diferente. El ejemplo más notorio son las letrinas romanas, lugar que invitaba a animadas conversaciones mientras la gente «enviaba sus faxes».
Realmente no se sabe lo suficiente acerca de como se cagaba en el pasado, en parte porque hasta hace poco ha sido un tema que no atraía a los investigadores, temerosos de ser tratados con pitorreo en sus comunidades académicas. Dedicarte durante años a este tema frente a otros más prestigiosos requiere espaldas anchas, pero es un terreno «fértil» e inexplorado que acabará siendo tratado debidamente.
En todo caso, las infraestructuras que disponemos hoy en día para desahogarnos en la intimidad es algo reciente, durante la mayor parte de la historia de la humanidad se ha hecho como buenamente se ha podido y probablemente era una actividad más «social» de lo que es hoy en día.
Cosas del avance de la humanidad.