El Gran Colisionador de Hadrones (LHC; en inglés, Large Hadron Collider) es el acelerador de partículas más grande y de mayor energía que existe y la máquina más grande construida por el ser humano.
Está entre Francia y Suiza, se acabó en 2008, 10.000 científicos trabajan en él, entre la construcción y el mantenimiento cuesta alrededor de 5.000 millones de euros. Un gran laboratorio científico en el que ejecutar experimentos que persiguen entender mejor la física cuántica y la teoría de la relatividad. Los resultados de estos experimentos son publicitados en los periódicos de vez en cuando, aunque el común de los mortales no seamos capaces de entenderlos: que si supersimetría, que si el bossom de Higgis, que si «una anomalía en la distribución angular de los productos de descomposición del mesón B que el Modelo estándar no podía predecir», que si «exceso moderado alrededor de 750 GeV en el espectro de masa invariante de dos fotones»…
Y esto está muy bien, que el desarrollo de la ciencia ya no está para individuos que piensan muy fuerte cerrando los ojos en un laboratorio casero en su casa, el siguiente nivel de conocimiento requiere de el trabajo colectivo de grandes equipos de científicos y cacharrines muy caros para probar teorías. Así que muy a favor de estos esfuerzos para desarrollar la ciencia.
Lo que me pasa es que los físicos, a pesar de que sus temas de estudios se han vuelto muy esotéricos, se las han apañado para conseguir un buen montón de dinero para hacer sus experimentos, mientras sociólogos, antropólogos y economistas no se han puesto de acuerdo para proponer infraestructura, presupuestos y experimentos de similar calibre para responder a las muchas preguntas que estas ciencias tienen abiertas. Está claro que su nivel de madurez no está al nivel de la Física, además de lo «opinable» que son sus temas de estudio: cuál es la mejor forma de gestionar la Sanidad Pública es algo más debatible que la asimetría de los hadrones exóticos, pero al mismo tiempo es una pregunta mucho más importante que responder.
Quién sabe, a lo mejor el futuro nos puede deparar un «Gran Colisionador de Fuerzas Sociales» en el que desarrollar múltiples experimentos y responder a preguntas más importantes y reconocibles que la naturaleza de los «pentaquarks».