Ha sucedido repetidas veces a lo largo de la historia.
Aprendimos a lanzar piedras y empezamos a matar a distancia.
A la piedra le incorporamos un palo y la convertimos en una lanza, aumentando así su precisión, su maniobrabilidad y su potencia.
A alguien se el ocurrió utilizar otro palo y una cuerda para inventar un arco, y nuestro radio de acción se multiplicó. Por el camino extinguimos mamuts, grandes felinos, conquistamos territorios, arrasamos poblados.
Luego le vino el turno a los metales, cobre, primero, hierro después. Los que disponían de los secretos del hierro levantaron imperios y esclavizaron a los perdedores.
Tiempo después el gran salto evolutivo en la guerra fue la pólvora. Los cañones acabaron por convertir en inútiles las murallas que rodearon durante miles de años las ciudades. Los mosquetes empezaron a cambiar la lucha cuerpo a cuerpo por la muerte a distancia. Los rudimentarios mosquetes evolucionaron hasta ingenios que vomitan muerte a cientos de veces por minuto.
Al mismo tiempo la muerte empezó a venir por el aire, matar se convirtió en algo más distante y masivo.
La cumbre tecnológica en el arte de matar llegó con las bombas atómicas, acabar con toda una región apretando un botón a miles de kilómetros de distancia.
Las tecnologías militares han dado forma al mundo, el mundo es como es hoy debido en buena parte a las armas que han estado a disposición de los seres humanos en cada momento de su historia. Es cierto que la evolución exponencial en la capacidad de matar no está relacionada con el número de muertos. Hoy podemos matar mucho más y más eficientemente que en ningún momento de la Historia, pero como defiende Steve Pinker hoy muere menos gente por guerras que antes. De alguna forma también ha crecido de forma exponencial el lado positivo del concepto «civilización». Sin embargo vivimos en un peligroso equilibrio, un sólo evento catastrófico puede arruinar las estadísticas, un «cisne negro» decisivo y mortal.
Una nueva generación de armas es una nueva vuelta de tuerca que va a transformar nuestras sociedades. La inteligencia artificial, imbuida en drones, en aviones autónomos y robot-soldados, algo que cada día que pasa es menos ciencia-ficción y más realidad. Es posible que estas armas vayan a tener un mayor impacto en el corto plazo que las armas nucleares, porque los escrúpulos para utilizarlos serán menos incómodos de evadir.
China, Rusia, Estados Unidos… quien domine estas nuevas tecnologías determinará el rumbo de los próximos cien años.