Hace unos años, como veinte, me aficioné a leer los obituarios de El País. Hasta ese momento no me había fijado en ellos, fue una especie de descubrimiento. La vida de personas no muy conocidas, pero con vidas muy interesantes. No me fijé en los nombres de la persona, o personas, que se dedicaban por aquellas fechas a escribir esta sección, es posible que aquellos periodistas estaban especialmente dotados para escribirlas.
Porque al fin y al cabo, los obituarios pueden considerarse como un pequeño género literario en sí mismo. Condensar la vida de una persona en la página de un periódico es como escribir un cuento basado en hechos reales, y si el que escribe es capaz de fijarse en los detalles más importantes de la vida de una persona, es capaz de convertir la vida más insignificante en una bella epopeya.