Vincent Van Gogh murió en 1890 como un pintor fracasado. Más de cien años después es uno de los pintores más icónicos, más conocidos. Es lo más parecido a un ser inmortal, va a permanecer en la memoria colectiva de la humanidad durante todo el tiempo que a la humanidad le dé por existir.
Otros individuos no supieron en vida el impacto que iban a tener después de muertos. Como Edgar Allan Poe, quien murió alcoholizado y empobrecido en 1849; o el sacerdote Gregor Johan Mendel, que murió en 1884 sin saber que sus experimentos en la huerta de su monasterio iban a convertirse en un hito en la historia de la ciencia.
Si nos vamos más atrás en el tiempo no tenemos certezas de fechas o incluso de la misma existencia de la persona. Por ejemplo, es posible que existiera un buen ladrón en un bosque de Inglaterra hace cientos de años que sirvió de inspiración a la leyenda de Robin Hood, ladrón que no tenía ni idea de lo que la posteridad le iba a deparar; o cuando veo la estatua de El Cid en una de las céntricas plazas de mi ciudad, Valencia, me pregunto si aquel mercenario esperaba estar en medio de un cruze repleto de diabólicos vehículos mil años después de su muerte… Supongo que no.