Uno de los primeros en proponer lo de cambiar la hora fue, en 1895, un entomólogo neozelandés, George Vernob Hudson, que se frustraba en Invierno porque no le daba tiempo a coleccionar insectos cuando salía del trabajo. Propuso un sistema que levantó cierto interés. Después, de forma independiente, un inglés, William Willet, lo propuso en 1905. ¿Una de sus motivaciones? Que el día se le quedaba corto para jugar al golf después del trabajo.
Sí, que hicieron sus cálculos de ahorro energético y eso, pero ¿no era es más una excusa para apoyar sus verdaderas motivos?
El caso es que estas propuestas calaron y acabaron siendo impulsadas por… la Primera Guerra Mundial. Esta guerra requería de mucho carbón, y cualquier idea que sugiriera que se podía ahorrar algo, pues, que sí, que pa´delante.
Y aquí seguimos, cambiándole las manecillas al reloj un siglo después, acostumbrados a hacerlo, que lo hemos vivivo desde chicos, y con la cosa de la inercia pues lo dejamos estar.