Qin Shi Huang fue el primer emperador de una unificada China, doscientos años antes de Cristo, en la época en la que Anibal y Escipión guerreaban por el Mediterráneo.
Fue un emperador sanguinario obsesionado con la inmortalidad. Mandó encontrar el elixir de la eterna juventud a sus súbditos, a los que llegaba a ejecutar cuando no se lo obtenían, y es posible que muriera envenenado por los elixires que le preparaban.
En su obsesión por la inmortalidad mandó construir el mausoleo más espectacular de la historia. En lugar de erigir pirámides optó por rodearse por un ejército de miles de soldados hechos en terracota que sólo fueron descubiertos en 1974, más de dos mil años después de su muerte, gracias, en parte, a que las personas involucradas en su construcción fueron asesinadas.
Pero tardó un par de meses en llegar a su mausoleo después de su muerte, que acaeció mientras estaba de viaje por el este de China. Su primer ministro no quiso anunciar el fallecimiento del emperador estando tan alejado del centro del poder y decidió comunicárselo sólo a las personas necesarias para mantener la farsa de que seguía vivo durante los dos meses de camino de vuelta a la capital. Un viaje en el que le cambiaban de ropa, le entregaban comida, simulaban reuniones y se ordenó que la comitiva llevara pescado podrido con el fin de disimular el mal olor de la descomposición del cuerpo del faraón. Así que el cuerpo que dejaron en la tumba no debía estar en muy buen estado.
La tumba principal de este mausoleo, por cierto, no ha sido todavía excavada por razones confusas: que si la contaminación de mercurio, que si la preservación de los posibles hallazgos, que si el dinero, que si las supersticiones… con el gobierno chino de por medio no es fácil saber las verdaderas razones, pero estaría gracioso que la razón real fuera el miedo del gobierno «comunista» a importunar el descanso eterno del primer emperador de China.