Escribir boca abajo

Dicen que los americanos se gastaron una riñonada en desarrollar un bolígrafo que pudiera funcionar en ausencia de gravedad, mientras los rusos utilizaban un método más simple: lápices.

Es una historia que se utiliza para ilustrar los peligros de la sobreingeniería, que es cuando se desarrolla un producto o servicio de forma más compleja de lo realmente necesario. Como párabola funciona muy bien, ya que el riesgo de la sobreingeniería en todo tipo de procesos es cierto, pero, ¿es real la historia de la NASA y los rusos?

Pues no exactamente. Los americanos también empezaron a escribir en el espacio con lápices, pero un lápiz no es ideal en condiciones de ausencia de gravedad: las puntas se pueden romper, dejando potencialmente peligrosas partículas flotando por la cabina, además de que todo lo que sea inflamable es un no-no en términos de naves espaciales. Así que la NASA se gastó inicialmente unos 4.000 dólares por unos bolígrafos que podían funcionar ahí arriba. Como el gasto parecía excesivo, decidió buscar alternativas, y aquí apareció el inventor Paul C. Fisher, que patentó en 1965 unos bolígrafos «espaciales» que podía salir por unos 3 dólares la únidad. Funcionaban tan bien que los rusos hicieron un pedido y empezaron a utilizarlos, y así hasta hoy, unos bolígrafos que han pasado por la Luna, transbordadores y estaciones espaciales. Y aún hoy puedes comprar estos bolígrafos «Fisher», un caprichito que mola si te va la cosa del espacio.