Las grandes empresas participan en una carrera de crecimiento perpetuo. Contratan a ejecutivos ambiciosos que dicen que lograrán incrementar la cuota de mercado, los beneficios y el valor de la empresa. Es el nuevo campo de batalla, un sucedáneo de pasados escenarios de muerte y de sangre, el lugar donde la agresividad, inherentemente masculina, desahoga sus inclinaciones.
La idea de crecimiento perpetuo es dañina, por los efectos que provoca en el medio ambiente, por el agravio que implica hacia los perdedores, por las desigualdades que genera. Pero también es una idea estratégicamente contraproducente, porque se centra más en ambiciones imperialistas que en la fortaleza de la empresa, más en el corto plazo que en el largo plazo, más en la ambición y la codicia que en contribuir a la riqueza común, contribuir en algo provechoso para todos.