Reencontrarse

Hace venticuatro años una amiga me regaló un libro. «Te gustará», me dijo, «cuenta historias parecidas a las cosas que hablamos cuando tomamos una copa de vino por los bares de Grácia». Que te regalen un libro es algo fantástico, uno de los mejores regalos que pueden hacerte, especialmente si ha sido seleccionado expresamente porque se adapta a tí. Pero en su momento no lo leí. Supongo que estaba demasiado ocupado con mis ventitantos años y mis ansias de beberme la realidad.

Más de dos décadas después, tras vivir en multitud de casas, tras vivir y trabajar en varios paises, me reencuentro con el libro, olvidado en una caja. Está dedicado, recuerdo que mi amiga me lo regaló porque pensó que me gustaría. Lo empiezo a leer. Y, efectivamente, me reconozco en esas letras, en esas historias que Milan Kundera cuenta en «La Inmortalidad». Mi amiga tenía razón.

Y siento algo especial, reconfortante, al darme cuenta que yo, a pesar del cuarto de siglo que ha pasado, sigo siendo yo.

Gracias, amiga.