Interesante, una vez más, el último podcast de Freakonomics sobre los coches eléctricos. Resulta que en sus orígenes esta tecnología fue una de las opciones para desarrollar vehículos a motor, incluso una empresa intentó implantar una red de taxis eléctricos en Londres en 1897. Pero los motores de combusitón le ganaron la batalla, presentando vehículos que podían recorrer más kilómetros y más rápido. La tecnología de almacenar energía, en aquellos momentos, no pudo competir con la producción masiva y barata de Ford, y los coches eléctricos dejaron de ser una opción.
Hoy empezamos a ver que los coches eléctricos son una realidad gracias a que los avances en la tecnología de las baterías permite que éstos puedan recorrer grandes distancias a grandes velocidades. Pero este desarrollo no provino de las empresas automovilísticas, vino de otro lado, como muchas veces sucede.
Durante la última parte del siglo XX surgió la necesidad de tener buenas baterías para cámaras de video, cámaras de fotos, ordenadores portátiles y móviles. Estas baterías eran cada vez mejores y más baratas. Así, un par de ingenieros pensaron hace apenas veinte años «¿y si ponemos 7.000 de estas baterías a un coche?». Hicieron un prototipo y… funcionó. La idea le encantó a un personaje llamado Elon Musk, y la empresa Tesla Motors inició su andadura. Hoy todas las empresas automovilísticas han girado el rumbo y los vehículos eléctricos forman parte del corazón de sus estrategias.
¿Por qué no lo hicieron las empresas automovilísticas directamente? ¿Porque «conspiraron» para no permitirnos utilizar esa otra tecnología, obligándonos a consumir los «sucios» motores de combustión? No, no hay conspiración de ningún tipo, sino que simplemente, como ha ocurrido y ocurre otras muchas veces, el que tiene el poder no tiene el incentivo para cambiar. Todos, las personas y las grandes organizaciones, somos animales de costumbres.