Razonablemente irracional

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Hay momentos en los que me siento incómodo en mi trabajo, un trabajo centrado en el análisis de datos. El «Data», con toda su parafernalia de machine learning, visualizaciones, «nubes», algoritmos y «data scientist», promueve la percepción de un mundo que puede ser desmenuzado, interpretado, entendido, que disponemos de las herramientas para, por fin, descifrarlo de una vez por todas. Y como responsable de un equipo que dirige un grupo de gente inteligente experta en esta materia, yo debería ser uno de esos predicadores, debería ser uno de sus evangelizadores, uno de sus propagandistas. Pero, la verdad, es que en ese rol me siento más como Goebbels que como San Juan Bautista.

Supongo que es por una combinación de razones. Por una parte, después de unos años trabajando en esto, le veo las costuras, entiendo las dificultades técnicas de lo tratamos de hacer. Por otra parte veo el exceso de bombo que se le da a muchas de las cosas, la exageración, un terreno lleno de voceros, propicio a la charlatanería. Y también reconozco que sufro, cosas de la edad, de vértigo por las últimas tecnologías, me siento incapaz de estar a la altura del ritmo desbocado al que todo avanza, intimidado por los más jóvenes con sus nuevas herramientas y ambiciones.

Pero una de las razones principales, creo, es que me siento como pez fuera del agua por el ansia excesiva de aplicarle racionalidad a un mundo esencialmente irracional. Por supuesto que necesitamos datos objetivos para tomar decisiones, pero no tenemos que olvidar que los entresijos de lo que sucede a nuestro alrededor está formado por personas y sus estados emocionales. Y si lo reducimos todo a fórmulas del tipo a=b+c+d… ¿Dónde queda la «magia», el espacio para la creatividad, para lo inesperado?

Supongo que mi problema existencial es que tengo más alma de artista que de científico…