Desequilibrio de los recuerdos

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No tengo muchas fotos de cuando era niño. Entonces una fotografía era algo extraordinario y costoso, un pequeño acontecimiento de resultados inciertos, ya que después de sonreir al objetivo podían pasar semanas hasta que aquel carrete se acabara y se revelara.

Ahora las fotografías son inmediatas, constantes, al alcance de un click, todos somos pistoleros prestos a desenfundar en cuanto el instante lo requiera: un plato en un bar, el gato durmiendo al borde del sofá, selfies a diestro y siniestro.

¿Cuántas fotos de gatos se hicieron en la época «analógica»? ¿Cuántas fotos de bocadillos y cervecitas en el bar? Muy, muy pocas, poca gente osaba malgastar un carrete en absurdeces como esas. Y el concepto selfie ni siquiera existía.

Pero bueno, este nuevo mundo en el que se puede captar cualquier instante está genial, lo prefiero. Ahora con el móvil puedo recorrer años y años de mi vida gracias a la magia de todas las imágenes que tengo almacenadas en la nube. ¿Cuándo estuvimos en aquel sitio? ¿En 2016 o 2017? Esta fue una duda que mi mujer y yo teníamos esta semana. Saqué el móvil, un par de clicks y… en Julio de 2017. Ahí estabamos tan felices, las fotografías me permitieron rememorar los días que pasamos en aquel concierto. Porque las fotografías no son sólo imágenes estáticas de un instante, son también catalizadores de recuerdos que sacan a flote detalles escondidos que de otra forma sería muy difícil recuperar.

La pena es lo que pasa cuando sigo retrocediendo en el tiempo con la aplicación de fotos: 2015, 2012, 2008, 2005, 2004… El número de fotografías va disminuyendo paulatinamente hasta que, de forma brusca, se detiene en el 2004, que parece que es el momento en el que compré mi primera cámara digital. A partir de ahí tengo que recurrir a las fotografías tradicionales que, simplemente, no tengo en mi casa. Están en casa de mis padres, metidas en cajas, o en algún que otro álbum. No hay imágenes de gatos, ni de bocadillos, no hay selfies, la mitad de las fotos de cada carrete son realmente malas: desenfocadas, fuera de cuadro, con las personas demasiado lejos para reconocerlas bien…

Esas fotos sacan a flote recuerdos más borrosos, por todo el tiempo que ha pasado, y comparativamente, no son tantas, corresponden a momentos más esporádicos de mi vida. En este sentido existe un desequilibrio entre lo que puedo y podré rememorar en el futuro sobre mi vida a partir del 2004, y lo que sucedió en todos los años anteriores, que, por cierto, fue mucho.

Pero bueno, no me puedo quejar. En mi caso tengo pocas fotos de cuando era niño, pero tengo algunas. Mis padres apenas tienen 3 o 4. Y las generaciones anteriores, ninguna.